Mi obra artística es un reflejo íntimo de mi percepción del mundo, por medio de la cual busco compartir mis recuerdos y sueños de una infancia impregnada de amor. La conexión íntima con la naturaleza forma parte de mis memorias. En esa casa de campo, donde cada uno de mis paseos por el bosque iluminaba mi mirada con la belleza del paisaje, mis primeras figuras, formadas de ese barro que encontraba junto al río, se convirtieron en los compañeros imaginarios que cobraron vida al formar parte de la mía.
Ha sido a través del juego donde mejor expresamos nuestra imaginación. En la exploración, en el encuentro, y en la sorpresa de lo cotidiano, que empapa con la sutileza del momento fugaz inscrito eternamente en el alma.
Atraída por la cultura japonesa, identifico mi obra con el concepto de la palabra “Natsukashi”, cuya interpretación es la de una “nostalgia feliz”. Aquellas memorias que tanto deseamos volver a vivir y disfrutar, esas sensaciones que conmueven el corazón y arrojan una tierna sonrisa que conforta en lo más profundo del ser.
Es en ese lugar en donde se sitúa mi obra. Al recuperar esa vivencia y esas sensaciones, es tan grande mi cariño y tal mi agradecimiento con la vida misma, que me es importante compartirlo con el mundo.
Mi incursión en el arte la concibo como un viaje hacia ese pasado que contiene, cobija y protege. Donde uno puede permitirse emprender el vuelo, convirtiéndose en mariposa, extender las alas y sentir la brisa en el rostro, seguros todo el tiempo de que, a nuestro retorno, siempre nos espera el cálido abrazo que sostiene nuestra alma para colmarla de cariño y bondad.
Mi obra la ofrezco para ser disfrutada. La comparto con la única intención de lograr establecer el contacto íntimo entre las palabras amorosas, los colores tibios y las siluetas sutiles que, en su vaivén, nos recuerden que todos estamos conectados a través de lo más bello y profundo que la vida nos ha regalado: el amor.